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domingo, enero 25, 2004

Deshice la apuesta que habíamos hecho. Se sonrió burlón, y empezó a besarme y tocarme. Me decía que me imagine lo que sería que alguien estuviera por detrás de mí, y alguien por delante. Pero sin dejarme imaginar mucho, empezó a friccionar más fuerte el pecho metiendo mano dentro de la remera que no tardó en sacar. Me siguió besando, se paró y comenzó a desvestirse, mientras yo me sacaba lo último que me quedaba. El miembro erecto ante mi, me tenté a meterlo en la boca, a lo que él volvió a sonreír contento de esquivarme para colocarse detrás de mí y seguir jugando con sus manos en mi pecho y mi vagina. Me levanté de la cama y bajé hasta su pene: no me iba a quedar con las ganas. Al incorporarme me dio un beso profundo como fuego. Me recosté, y sorpresivamente me levantó las piernas. Comenzó a penetrarme lentamente, no hacía falta demasiada velocidad para sentirla toda adentro mío. Aumentó su ritmo, y como si hubiera adivinado que si seguía así acabaría enseguida, me bajó las piernas. Jugueteó con su pene en mi clítoris, hasta que volvió a metérmelo. Se recostó sobre abriendo bien mis piernas, moviéndose hasta que acabó. Se desplomó a un costado. Verdaderamente, los dos queríamos un breve descanso. Esperé a que cerrara los ojos para empezar a tocarle la entrepierna suavecito –le da un cosquilleo que lo excita- a lo que me sacó las manos; me enderecé más para lamer bien sus pezones y aprovechó mi descuido cuando le besé la boca: me tiró hacia atrás, me besó, y bajó con su lengua havia mis pechos, con su mano a mi vagina . Su suave mordisqueo en mi pezón izquierdo y su fricción en mi clítoris no me dejaban hablar. Comenzó a meter dedos en mi vagina, hasta que estaban todos adentro hasta los nudillos, y los movía como si siguiera caminos invisibles. Su cara de satisfacción, Su sonrisa al verme completamente sometida, me hizo balbucear algún que otro insulto. Estuvimos así un rato, hasta que le pedí que me penetrara, porque no aguantaba más. Me acomodé y me la metió toda, durante casi una hora entraba y salía de mi. Su espalda mojada de transpiración, y yo, igual. Disminuía la velocidad, me besó, y , sabiendo lo que quería, pregunté: “¿Qué querés hacer?”; “Cogerte”; “¿Toda?”; “Sí, date vuelta”. Refunfuñando y mariconeando, finalmente me volteó, me abrió las piernas, y como si se cerrara sobre mí, empezó a cogerme por atrás. Un buen rato aguanté, y le dije que quería chupársela. Se arrodilló en la cama, me arrodillé frente a él, y comencé a hacerlo, hasta que acabó nuevamente. Nos besamos, nos mimamos, y el maldito reloj avanzó hasta la hora límite: como siempre, aunque no quiera, se tiene que ir.

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